miércoles, 28 de diciembre de 2011

Confortar

“Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas.” 2 Timoteo 2: 16
Pablo ya era anciano. Había dedicado su vida al servicio de Dios y  se había convertido en un ícono del evangelio. Sin saberlo, sus cartas a las iglesias serían la mitad del Nuevo Testamento. Y su influencia en la iglesia primitiva era mayor que los otros apóstoles que habían estado con Jesucristo en su vida terrenal. La potencia evangelística de este siervo de Dios, su conocimiento y sabiduría espiritual, su dialéctica y su pasión por Cristo lo habían convertido en un ser único.
Donde iba, causaba sensación. Su palabra era respetada y su presencia admirada. Estaba varios escalones por encima de los demás integrantes de la iglesia. Un gran líder y pastor. Un ejemplo a seguir. Alguien a quien se le demanda excelencia en todo momento.
Onesíforo es alguien desconocido. Un cristiano más de la primera etapa de la iglesia, que tuvo en su casa una célula. Un fiel siervo de Dios, pero que no era pastor, ni evangelista, ni líder, ni consejero influyente. Tal vez ni siquiera era maestro. Pero hay algo que si estamos seguros que era. Onesíforo era alguien con un profundo corazón de consolación. Y supo estar cerca de Pablo cuando más lo necesitaba.
¿Qué consejo podría darle un simple cristiano al escritor de medio Nuevo Testamento? ¿Qué podría decirle un hombre común al más grande de los evangelistas de todos los tiempos? No tengo idea. Pero lo que le dijo, para Pablo fueron palabras del cielo, una caricia para su alma, un abrazo enorme.
El pastor de almas, el sacerdote, tiene una tarea muy solitaria. Pensamos que no necesita nada, y que no sufre. Pero es una persona como todas las demás. Y como Pablo tiene tristezas, miedos, dudas y necesita de una caricia.
Pensamos que por su condición de líder, nuestra palabra no tendrá valor. Pero Pablo nos enseña una gran verdad. En la necesidad somos todos iguales. ¡Si hasta Jesucristo necesitó una caricia en el huerto de Getsemani, cuando sus amigos se quedaron dormidos!
Todos necesitamos ser confortados. Aun los que parecen más duros, o que no tienen ningún problema padecen dificultades y angustias. Y todos podemos confortar. Solo hace falta tener la capacidad de ver la necesidad del otro.

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