LA LIBERTAD, UN DON PRECIADO
¿Qué es lo primero que usted siente y piensa cuando escucha la palabra libertad? Tal vez usted la asocia con la libertad nacional y la garantía de sus derechos como individuo. Tal vez da lugar al anhelo de estar libre de alguna preocupación o peso agotador. Podría ser el trabajo, una relación difícil, luchas financieras, problemas de salud, o cualquier otra restricción que le esté impidiendo disfrutar de la vida y luchar por sus sueños.
Hoy quiero recordarle que Yeshúa habló acerca de una clase de libertad más importante, la que pertenece al estado de nuestra alma y no está relacionada con las cosas externas de la vida. Él quiere liberarnos de cualquier esclavitud interna que nos impida convertirnos en las personas que quiso que fuéramos cuando nos creó. Esta libertad no se logra a través de la guerra o la revolución, sino por el conocimiento de la verdad. Él dijo: “Si ustedes obedecen mis enseñanzas, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8, 31-32).
Permanecer en la Palabra de Dios implica que la obedezcamos. Que llene nuestra mente, moldee nuestras actitudes y emociones, que dirija nuestro comportamiento. Y el resultado es la libertad del pecado y de los engaños del maligno, que podrían cautivarnos. Vivimos en una sociedad que continuamente nos alimenta de mentiras acerca de Dios y de nosotros mismos. Satanás es el maestro del engaño, su meta es atraparnos en el pecado para que terminemos siendo inútiles para los propósitos de Dios. Cuando conocemos y obedecemos las Sagradas Escrituras, descubrimos la verdad que nos liberta.
Al examinar nuestra vida, el primer paso en el camino hacia la libertad es descubrir lo que nos mantiene cautivos. A veces estamos atados a creencias falsas que nos hacen dudar de nuestra salvación o pensamos que la aceptación de Dios depende de nuestras buenas acciones. Estos engaños nos mantienen en incertidumbre en cuanto a nuestra posición con el Señor, siempre cuestionándonos si hemos hecho lo suficiente. La clave que abre esta cárcel espiritual es la verdad. Nuestra salvación no depende de nuestra acciones, nosotros no somos salvos por obras. Dios nos hizo nacer de nuevo por su misericordia, y su poder nos protege por medio de la fe, y nos garantiza que nuestra herencia en el cielo es segura (1 Pedro 1, 3-5).
Otra forma de esclavitud son los hábitos pecaminosos. Existe una creencia común en nuestro tiempo que dice: “Esta es mi vida y puedo hacer lo que quiera”. Sin embargo, la tolerancia a estas prácticas pecaminosas nos esclavizan. Efesios 4, 22-24 nos dice “ya no vivan ni se conduzcan como antes, cuando los malos deseos dirigían su manera de vivir. Ustedes deben cambiar completamente su manera de pensar, y ser honestos y santos de verdad, como corresponde a personas que Dios ha vuelto a crear, para ser como él”.
Prácticas como la inmoralidad sexual, la mentira, lo profano, la embriaguez u otros comportamientos pecaminosos, tienen su manera de atraparnos. Al principio, el pecado produce una alarma en la conciencia, pero si ignoramos la convicción del Espíritu Santo, pronto comenzaremos a racionalizar y a excusar nuestro comportamiento. En este punto hemos desechado la verdad y hemos creído las mentiras de Satanás. La libertad únicamente vendrá cuando aceptemos la convicción del Espíritu Santo, y confesemos estas conductas como pecado y nos apartemos de ellas arrepintiéndonos y volviéndonos al Señor en obediencia.
El cautiverio más difícil de reconocer es la esclavitud emocional, porque tales sentimientos a menudo están escondidos. Han estado con nosotros por tanto tiempo, que nos sentimos cómodos con ellos y los consideramos parte de quienes somos. Sin embargo, estas emociones pueden obstaculizar nuestra relación con Dios y con las personas que nos rodean. En lugar de tener la paz del Mesías gobernando nuestros corazones (Colosenses 3, 15), estamos controlados por emociones perjudiciales, tales como miedo, ansiedad, inseguridad, culpa falsa, celos, ira, amargura o resentimiento. Una vez que reconocemos estas actitudes y sentimientos, podemos contrarrestarlas con la verdad de las Sagradas Escrituras.
Segundo, para llegar a ser libres, debemos entender los efectos de nuestra esclavitud. Si no nos ocupamos de lo que nos controla, nuestro crecimiento espiritual se verá obstaculizado. Hebreos 12, 1 nos dice que “debemos dejar de lado el pecado que es un estorbo”. Si tratamos de vivir con todas estas cargas, seremos incapaces de llegar a ser las personas que Dios dispuso que fuéramos cuando nos creó. No lograremos hacer lo que Él ha planeado que hagamos. Y las consecuencias no solo nos afectarán a nosotros, sino también afectarán nuestro testimonio. Otras personas verán que nuestro comportamiento no corresponde con nuestra fe.
Tercero, debemos aprender la verdad acerca de nuestra salvación. Nuestra libertad se basa en nuestra relación con el Mesías. Ahora somos hijos de Dios y coherederos con Yeshúa, aceptados, perdonados y vivos espiritualmente (Romanos 8, 15-17). Además, tenemos su Espíritu viviendo en nosotros para guiarnos y capacitarnos de modo que podamos superar la esclavitud. A través de su poder divino y el sacrificio expiatorio de Yeshúa, Dios ha provisto todo lo que necesitamos para vivir en santidad y para hacernos partícipes de su naturaleza divina (2 Pedro 1, 3-4).
Para caminar en la libertad que el Señor desea para nosotros, debemos comenzar a creer lo que Él ha dicho acerca de nuestra salvación, nuestra posición en el Mesías y nuestras posesiones como hijos de Dios. A medida que llenemos nuestra mente de la Palabra de Dios, confiemos en el poder del Espíritu Santo y respondamos a las circunstancias de cada día según estas verdades, descubriremos que Yeshúa tiene razón, pues conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres.
Hay muchas personas en el mundo que están perdidas y que viven en la esclavitud del pecado y el engaño. Agradecemos vuestras oraciones mientras buscamos proclamar el evangelio liberador de Yeshúa, que es el único que transforma vidas y da vida eterna.